La niña de las películas

 Terminó agotada del largo día de trabajo. No era fácil estar de pié tantas horas antendiendo a tanta gente. ¡Si por lo menos fueran educados!. Y lo peor es que hoy, como muchas veces, ni siquiera había podido salir a comer.
 Cuando terminó su jornada, casi de noche, esperó el autobús que siempre llegaba tarde cuando llovía o hacía frío.
  Cuando llegó a casa y mientras calentaba la cena puso un CD de Olga Guillot. Puso la mesa y mientras saboreaba una de sus creaciones echó un vistazo al periódico. Corrupción, crisis, islamismo, guerras, mujeres maltratadas....Nada imitaba al optimismo que tanto necesitaba. De repente reparó en una curiosa noticia: "La Ministra de Igualdad pretende prohibir, en los colegios, algunos cuentos de hadas por machistas". No dió crèdito. Paró de masticar. Cuando se recuperó, después de leer la noticia un par de veces para cerciorarse,  arrojó el diario al sofá con un "era lo que me faltaba por oir".
 Ella que había sido feminista antes de que estuviera subvencionado. Que había militado en la transición para conseguir la igualdad de oportunidades y de trato no podía creer que algo tan hermoso hubiese acabado en aquella patochada.
 Acabó de cenar, despació, como le gustaba. Por que le gustaba la cocina. La de su madre, que aunque ahora la añoraba, hubo una época que no le decía nada. Y la de otros lugares y tiempos como demostraba la biblioteca gastronómica que había ido juntando con los años y que cohabitaba con centenares de libros que eran su mas preciado tesoro.
 Porque para ella historias y comida siempre habían ido de la mano. Le gustaba recordar como su madre, para convencerla de niña de que tenía que comer, la sobornaba contándole no cuentos, sino películas. Aquellas en la que Fred Astaire y Ginger Rogers volaban; O las de Cornel Wilde, el amor secreto de su madre; o las de Leo McCarey; o "Cartas a una desconocida" con Joan Fontaine y Louis Jourdan. Recordaba haber descubierto despuès, en este terreno abonado por su madre, las películas de Billy Wilder, con su humor tierno y ácido, como el de ella. ¡Como le gustaba bajar a su playa favorita y comentarlas con los amigos!. Todas eran películas "con chica" y no pasaba nada por ello. Todas la habían ayudado a crecer, la habían protegido de las bofetadas de la vida, y la habian hecho mejor persona. La habían rescatado, una y otra vez, de los baches en que la existencia nos mete.
 Entonces, después de recoger la mesa, sus ojos se posaron involuntariamente, de nuevo, en la noticia y con mirada de desprecio y un rotundo "¡gilipolleces!" se dirigió al mueble de los DVDs y extrayendo el que tenía grabadas "Sonrisas y Lágrimas" y "Tu y yo", lo introdujo en el artefacto en cuestión. Se tumbó en sofá y abrazada a su cojín preferido, le dió al "play", y se dispuso a hartarse de llorar. No iba a consentir que ninguna pija progre y anoréxica le dijera lo que tenía que hacer.
 Quizás si algo echaba en falta era la compañía de un hombre que fuera lo suficientemente hombre como para emocionarse con ella ante sus películas, aunque sabía que la especie no abundaba. Pero, en fin, no se podía tener todo y en todo caso ellos se lo perdían.

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