Truman Capote

 Regresar a los lugares donde he vivido, las casas y su vecindad, me atrae de forma irresistible siempre. Por ejemplo, una casa de piedra arenisca de la calle Sesenta y tantos. Este, donde en la época del principio de la guerra, tuve mi primer apartamento en Nueva York. Consistía en una sola habitación lleno de muebles de desván, un sofá y confortables sillones tapizados con aquel terciopelo tan particular, rojo, que raspa y te hace recordar inmediatamente los días calurosos en un tren. Por todos los rincones, hasta en el baño, había fotografías de ruinas romanas que el tiempo había vuelto parduscas. Una sola ventana, y daba a la escalera de incendios. A pesar de todo, mi espíritu se regocijaba siempre que sentía en mi bolsillo la llave de aquel apartamento; cierto, era lóbrego, pero no dejaba de ser mi casa, la primera, y allí estaban mis libros y los jarros llenos de lapiceros romos, esperando que alguien los afilara; en mi opinión, todo cuanto necesitaba para convertirme en el escritor que deseaba ser.
                                                                             Desayuno en Tiffany`s (1.958)

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