El Autoodio

Hace unos días, un opinante nacionalista atizaba a los críticos con el gastado insulto del autoodio. Nosotros nos autoodiamos, explicaba, pues no compartimos el espíritu nacional gallego. Y este insulto nos conduce de lleno a unas cuantas paradojas. Tradicionalmente, el nacionalismo ha rastreado la historia para acopiar glorias y honores para su tribu. Nuestro nacionalismo, en cambio, está obsesionado con hallar en el pasado cualquier rastro de humillación y oprobio. El ejemplo paradigmático es esa historieta que nos contaban nuestros profesores de gallego, la de que el cronista Zurita había hablado de la «castración de Galicia». A pesar de que es mentira (la palabra la inventó Castelao en las cortes republicanas), el nacionalismo la ha difundido con deleite enfermizo. Y, sin embargo, somos nosotros, los que preferimos encontrar gallegos surcando mares lejanos y asaltando reinos extranjeros, los que nos autoodiamos.
¿Y qué decir de nuestra cultura? Somos muchos los que hacemos nuestros a todos los gallegos que han acrecentado el espíritu mediante la literatura, ya sea en latín, en gallego o en castellano. Desde Francisco Sánchez a Torrente Ballester, pasando por Rosalía. El nacionalismo, por su parte, etiqueta como renegados a quienes han preferido escribir en español. Y considera ajenas a la cultura gallega obras tan propias como Los Pazos de Ulloa, las Sonatas de Valle, La Saga/Fuga de JB o la Mazurca de Cela. Sin embargo, asómbrense, somos nosotros los que nos autoodiamos.
Es que odiáis vuestra lengua, nos insisten. Según parece, nuestra lengua no es aquella que hemos mamado en la cuna, sino la gallega. Así aseguran, por más que muchos tengan como lengua materna la misma que yo, el castellano. De ahí esa paradoja entre el joven nacionalismo: odian y desprecian la lengua que mejor hablan, la lengua que apenas se despistan brota de su boca. Se abrazan a una superstición nominalista (en Galicia, en galego) y reniegan de la lengua que surge espontánea de sus labios. Allá ellos si mutilan su capacidad expresiva, obnubilados por antiguallas teóricas del romanticismo alemán (la lengua como alma del pueblo). Pero, por favor, que no insulten a quienes escuchamos con sonrisa escéptica toda esta retórica. Palabras como Tierra, Patria y Pueblo no pueden pronunciarse en serio en el siglo XXI.
El autoodio, nos explica Wikipedia, es un concepto surgido en los albores del nacionalismo judío. Pero, en el fondo, es una idea que no suena nueva entre nosotros. Recuerda mucho a la Antiespaña de la que hablaba el nacionalismo franquista. Creíamos superados esos tiempos, en los que una parte del país se arrogaba el derecho a hablar por todos. No lo están. El mismo espíritu pervive. Sólo ha cambiado la bandera que justifica la exclusión de los disidentes.

                                                                                       Andrés Freire

Artículo publicado en ABC el 13 de Abril de 2011

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