El ùltimo Maestre, Jacques de Molay era conducido a la explanada de Nôtre Dame para ser ejecutado. A todos los hermanos, pocos, que habíamos escapado de la ira del Papa Clemente V y del Rey Felipe IV de Francia se nos había dado una orden: huir, escapar y alejarnos de nuestras encomiendas, fortalezas y posesiones. Había que salir de Francia a toda costa.
Apresuradamente estaba aprestando mi caballo. Ya tenía la impedimenta preparada. Entonces un rayo impactó en mi conciencia. No podía irme así. Tenía que ver a mi mestro por última vez. No sabía para que, no sabia por que. Lo que si percibia claramente era el peligro de tal determinación. El miedo casi me paralizaba. Entonces me despojè, por ùltima vez, de mi hábito blanco y me embocé una capa amplia con una caperuza que ocultaba mi rostro.Como alma en pena me dejé arrastrar por la multitud vociferante hacia Nôtre Dame. Tenía la esperanza de no ser el ùnico frate que tomara esa arriesgada decisión.Se nos había enseñado a combatir por parejas y, ante esta complicada situación, notaba que me faltaba el apoyo de un compañero.
De pronto desmboqué, con la riada humana, en la plaza de la Catedral. A tiempo para ver a mi mentor vilmente atado a un poste sobre madera amontonada. Aquel que había sido mi guía, un autèntico padre, era ahora un anciano magullado con evidentes signos de tortura.Parecía haber envejecido mil años.
En la tribuna de honor pude distinguir a los chacales: El Papa y el Rey. Entonces oí a mi maestro:
"Dios sabe quién se equivoca y ha pecado y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón. Dios vengará nuestra muerte. Señor, sabed que, en verdad, todos aquellos que nos son contrarios, por nosotros van a sufrir.Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...".
La multitud habia enmudecido y tardó en reaccionar ante aquella maldición. Cuando lo hizo fué como una bestia herida. Vociferando y arrojando todo tipo de objetos e inmundicias sobre el Maestro. Las caras del Papa y el Rey eran indescriptibles. Estaban blancos como mi hábito. Entonces se dió la orden y se prendió la hogera. El Maestro no tardó en comenzar a gritar horriblemente. Eran gritos inhumanos, de una desesperación sobrenatural.
Entonces un tipo mal encarado, con una cicatriz que le surcaba el rostro, me agarrró y me espetó. ¡Te conozco, eres uno de ellos!. Antes de que pudiera seguir hablando le propiné un golpe en la garganta que había aprendido de los infieles, y cayò ahogado en su propia sangre. Los que nos rodeaban no se habían percatado de lo sucedido hasta que el infeliz estaba en el suelo, en medio de un charco de sangre. Para entonces yo me habia alejado y me perdí entre la multitud. Volví a por mi caballo y una idea se fijó en mi mente. ¡A La Rochelle! debía ir a nuestro puerto. Sabía que estaría vigilado pero también sabía de los planes de nuestros hermanos navegantes de hacerse a la mar ante una posible situacion como aquella. De cualquier forma sería menos arriesgado que intentar cruzar Europa por tierra. El infierno se había desatado sobre nosotros y mientras me alejaba de Parìs una sola idea ocupaba mi mente. Algún día volvería para vengarme, aunque fuera el ùltimo templario.
2 comentarios:
Soy la visita 5000, ¿hay premio por eso?
5.000 gracias, mi señora.Estad atenta al blog los próximos dias.........
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