Cincuenta años sin Hemingway

El 2 de Julio de 1961 tendría que hacer mucho calor en Kenchum (Idaho). Un calor pegajoso, polvoriento, pegado al suelo. Un calor gris y ceniciento, que era como definía Don Ernesto la depresión.
 No era el calor romántico de la Italia de su convalecencia.-aquella rodilla cada vez le dolía mas-, ni el calor  frenético del París de los cafés. Tampoco se parecía al calor plácido del Lago Balloon. Ni al calor español del Madrid de plomo ni de la Pamplona que no dormía. Era todo lo contrario del calor de Agosto de 1944 en el París liberado. Y, por supuesto no recordaba, ni de lejos, al calor habanero de mulatas con Daiquiri y jornadas de pesca que terminaban con Ava bañándose desnuda.
 No. Aquello había terminado y no volvería. Quedaban la cirrosis, la impotencia... Y sobre todo el olvido. Cada vez le costaba mas recordar. Al principio lo achacó a despistes. Después al alcohol. Pero aquella memoria le fallaba. Incluso le costaba reconocer algunos libros como suyos. Y cuando se refugiaba en la biblioteca se sentía cada vez mas extraño.
 Por eso aquella mañana se dirigió a la pared de su despacho y mientras lo veía en el armero estoy seguro de que aún pudo recordar las palabras del pescador Santiago:"El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado". Entonces abrió el armero y cogió su fiel Springfield 30-06. Se sentó. Introdujo el cañón en su boca y disparó.
 Afortunadamente vive, para siempre, en nuestras bibliotecas.

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