La Caravana

Todo empezó con una muerte. La tía Angustias acababa de fallecer a la tierna edad de 98 años. Y aunque no era muy simpática, ni siquiera buena persona, tenía un peculiar sentido del humor. No se sabe por qué extraña razón siempre estuvo segura de ir al cielo, desde donde se dispondría a contemplar su última "broma". Y es que la tía Angustias estaba forrada. Última superviviente de una familia de cuatro hermanos, los que habían muerto en la década anterior, y a los que llamaba "los viejos", propietaria de un patrimonio considerable. Varias fincas en el norte de España, media docena de pisos y una docena de aparcamientos subterráneos en Madrid; además de otros tantos apartamentos en la costa mediterráneo. Todo acompañado de algunas cuentas repletas de fondos.
 Pero ahora habia muerto y todo aquello quedó a este lado de la vida eterna, como suele suceder. Pero no estaba dispuesta a ponérselo fácil a sus sobrinos- a los que cariñosamente llamaba las hienas. Tendrían que llevarla a su última morada. Al cementerio de su pueblo, con vistas al Cantábrico. Donde debían enterrarla 48 horas justas después de su muerte.Debían hacerlo por carretera y en caravana. Seiscientos kilómetros en aquel ardiente ferragosto. Aquel heredero que no escoltase a la comitiva solo dispondría de la "legítima".
 Y entonces sucedió lo inevitable. Sobrinos,sobrinos nietos,etc, etc. se  dispusieron a encarar el viaje. Pidieron bajas laborales, suspendieron viajes, dejaron colgados a queridas y queridos, todo para acompañar a la tía.Y mandaron coronas y ramos de flores, a cada cal mas espantosos.
 Y ahí los tenemos, en una peregrinación machadiana hacia el norte. O por lo menos eso era hasta que, a medio camino, un "Nissan" de la Guardia Civil, ocupado por dos agentes, Paco, 55 años, y 36 de servicio,a punto de retirarse, y Martín, 20 años recién salido de la Academia los vieron. Paco, que leía el "Marca", levantó aburrido la vista, a la vez que se rascaba la entrepierna, y seguía leyendo.
 Martín dió un respingo. La imagen de un coche fúnebre, seguido de varios turismos, lo alertó.Sus sueños de gloria le hicieron imaginar la captura de un comando etarra con toneladas de explosivos. La interceptación de una célula islamista presta al martirio. Cuando Paco vió la cara de su compañero, resopló. Antes de que pudiera decir ¡tranquilo chaval! Martin habia arrancado el vehículo y puesto la sirena.
 Lo que vino fué una escena para olvidar. La interceptada comitiva comenzó a salir de los coches. Las reacciones fueron airadas. Desde "usted no sabe quien soy yo", "Yo soy coronel retirado", "Esto es culpa de ZP", "Esto con Franco no pasaba", hasta "Pepe, por Dios, que te pierdes". El agente Paco taladró con la mirada a su novato compañero. Y cuando una señora con abrigo de piel -¡En Agosto!- intentó agredir a los guardias, la paciencia de Paco se agotó. Y así acabaron ante el Juez de Instrucción mas cercano, que, como estaba a punto de irse de caza, no quiso ir a mayores. Eso si, para fastidiar ordenó que se requisara el féretro y se avisara la forense para su apertura. Este llegó cuando se cumplía la hora 49. Cuando procedió a descubrir el ataúd la difunta tenía una amplia sonrisa que nadie recordaba haber visto cuando cerraron la tapa.                                          

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