Memorias del Cine "Teatro"

Era una tarde de Otoño. Un Otoño tardío que irrumpió con toda su fuerza. Y por estas latitudes eso quiere decir lluvioso. El tráfico enmarañado e imposible impedía avanzar a mi autobús, atestado de refugiados del tiempo que preferíamos asarnos en posturas imposibles y empaparnos de sudor antes que mojarnos con la lluvia.
 De alguna manera llegamos a mi parada y las puertas automáticas escupieron su cargamento, en el medio del cual iba yo. Era una zona que hacía años que no frecuentaba y, después de recuperar el aliento gracias al aire húmedo y resucitador, lo ví. Era un portal de un edificio de lujo. Producto de algún arquitecto de dudoso gusto, estaba el Edificio "Teatro". Forrado de planchas metálicas que combinaban realmente mal con el mármol del portal. Pero no era eso lo que me hizo pararme. Fueron los recuerdos, las memorias del Cine "Teatro".
 Porque allí, hace varias décadas, se levantaba el cine "Teatro". Un típico cine de los sesenta y setenta en un barrio de aluvión. Tenía una entrada con suelo de baldosas y unas grandes cristaleras donde se colgaban los posters y los afiches de la película, vigiladas de cerca por los ceniceros cilíndricos tan del gusto de la época. A cada lado de los ceniceros  comenzaban las escaleras que, describiendo un semicírculo, llevaban a la parte de arriba, al "gallinero" y al bar, conocido por los mayores como ambigú. El cual era el paraìso de la chiquillería que, aunque no habíamos descubierto todavía las "excelencias" de los cubos de palomitas o de las cocacolas de plástico, nos entregábamos con fruición a las bolsas de sugus o a las empalagosas chocolatinas rellenas de una pasta dizque de frutas.
 Cuando entrábamos abajo, en la sala, una alfombra roja se extendía hasta la gran pantalla. Allí reinaba Paco, el acomodador, rey de la linterna y la mala leche que, decían, había sido guardia civil. Pero nosotros, pobres crìos, no éramos su objetivo prioritario, pues no habíamos descubierto todavía los placeres de las últimas filas. Cuando lo hicimos ya no había Pacos que esquivar.
 A los lados del pasillo alfombrado esta la formación de butacas, de madera, incómodas como ellas solas y forradas de una tela, también roja, aspera en invierno y  calurosa en verano. Pero bueno, como cuando uno es un crío no se está quieto en la silla, nos daba igual.
 En aquel cine de barrio vi yo "El Planeta de los Simios", "El Alamo", "Blade Runner", "Apocalypse Now" o reposiciones como "Ben Hur", "Lawrence de Arabia" y algunas de Hitchcock.
 Primero iba con mi madre. Recuerdo la impresión que me produjo John Wayne a mis cinco años de edad. O la sed con la que salí de ver "Lawrence de Arabia"- aunque supongo que el atracón de sugus tendría algo que ver- Luego empecé a ir solo. Sobre todo los fines de semana. Vi "Tiburón"- experiencia complicada para quien vive cerca del mar-, "El Coloso en llamas" y sobre todo recuerdo "La Guerra de las Galaxias". Nunca olvidaré el plano inicial del crucero estelar apareciendo en la parte superior de la pantalla. Tampoco he olvidado "Fiebre del Sábado Noche" o "Grease", de las que me aprendí todas las canciones e intenté- infructuosamente- imitar la estética. Recuerdo que cuando quise echarme brillantina en el pelo en mi casa me convencieron de que si lo hacía me caería el pelo. En fin, me ha caido igual.
 Pero la experiencia sublime del "Teatro" fueron las películas"S". Cuando cumplí los quince me atrevía a entrar y nadie me lo impidió. Era aquel un paraíso del "pecado" con actrices italianas desnudas-no se porque siempre eran italianas- a las que nunca se les veía un primer plano del "asunto". Pero daba igual. Aquellas damas sin operar ni rasurar eran la promesa de un mundo por descubrir. Y eran maravillosas.¿Argumento?... ¿Pero quien quería argumento ante tal despliegue?.
 En fin. En todo esto pensaba yo cuando me refugié de la lluvia en un bar aledaño, que, curiosamente, llevaba el nombre del extinto cine. Estaba abarrotado y tuve que acodarme a la barra. Hacía calor. Los cristales estaban empañados y el estruendo de las conversaciones lo invadía todo. En la televisión ponían un western de los años setenta, como los que yo veía en el Cine "Teatro". Nadie le prestaba atención.

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