Bajo las Aguilas de Roma

Me llamo Marco Frontino. Tengo 43 años y hoy es el dia de mi retiro. En este dia colgaré definitivamente mi impedimenta. Me quedaré en este asentamiento de  Lucus Augusti. Aquí conocí a la que pronto será mi esposa. Procede de la tribu de los Orgenomescos, no lejos de aquí, en la costa del mar de los cántabros. Con su dote y mi paga de retiro abriremos una posada dentro de las murallas para viajeros, comerciantes y legionarios.
 ¡Que frio hace!.Hoy, por última vez, recorro el perímetro de esta muralla que acabamos de construir y que me gusta rodear todos los amaneceres antes de revistar a mi unidad: La humedad de este lugar se te mete dentro. Y los huesos, sobre todo aquellos que en su dia fueron quebrados en combate, protestan. Pero no me importa, son recuerdos de una vida de legionario que ha sido apasionante, aunque terrible.
 Hijo de un legionario, nací en la guarnición de Portus Magnus Artabrorum. Mi infancia transcurrió entre legionarios y exlegionarios. Pero lo que mas me gustaba era contemplar nuestro humeante faro. ¡Era colosal!, me pasaba horas y horas contemplándolo y hastas me hice amigo de los legionarios que lo guardaban. Iba con ellos al atardecer cuando la nostalgia, y el vino, les soltaba la lengua y me contaban sus historias
 A los 18 años marché a servir, como mi padre y el padre de mi padre, bajo las águilas de Roma. Senté plaza en la Legión VII Gémina, fundada por el emperador Galba- famosa desde que fuera su legado el gran Trajano-. Pero de eso hacia mucho.
 Cuando me alisté llevaba cartas de recomendación de varios centuriones. Mi altura no fué problema pues sobrepasaba los 5 pies y diez pulgadas exigidos. Tenía los genitales en mi sitio, buena vista y buen carácter. Todo ello imprescindible para un legionario. Pasé la "probatio" sin problemas- me habia adiestrado bien- y llegó el día del juramento. Lo recuerdo como si fuera hoy: "Declaro por los dioses el juramento irrompible de que seguiré a mi comandante a donde quiera que me lleve. Obedeceré las órdenes con entusiasmo y sin vacilar. Renuncio a la protección de la ley civil y reconozco el poder de mi comandante de matarme sin juicio por desobediencia o deserción. Prometo servir bajo los estandartes durante mi servicio y no abandonarlo hasta ser relevado. Serviré a Roma con lealtad, incluso a costa de mi propia vida y respetaré la ley sobre los civiles y a mis comandantes en el campamento". Ya era un soldado de Roma.
 Y por los dioses que tuve ocasión de poner a prueba mi juramento.La primera vez fué en Moesia, a orillas del Danubio, donde paramos a oleadas de bárbaros del norte. Allí me lo hice encima pero no retrocedí. He sangrado en Germania, sudado en Palmira, contemplado Petra y probado los placeres de Alejandría. No ha estado mal.
 Mi hoja de servicios me ha permitido ascender en la jerarquía militar y ahora soy el Primer Centurión de la Cohors III Lucensium. 500 lugareños mandados por un jovencito aristócrata que, al menos, se deja aconsejar. Custodiamos las obras de la muralla y patrullamos los alrededores de la población. Asimismo custodiamos, en turno rotatorio con otras unidades, las llamadas Medulae, las minas, tan importantes para Roma.
 Pero eso termina hoy para mí. Aún así estoy tranquilo. He convertido a este grupo de aldeanos en soldados y mi unidad tiene fama entre las otras. Ya puedo verlos, a lo lejos, formados para recibirme- se creen que pueden sorprenderme-. Hoy los llevare al campo de instrucción por última vez y luego, estoy seguro, beberé con ellos hasta caer rendido. Después me retiraré a dormir y me encontraré con mi bella prometida, para preparar los esponsales. Para entonces ya no estaré, por desgracia, bajo las águilas de Roma.

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