Insomnio

 Suena el despertador, con su melodia estridente. Es inutil. Lleva toda la noche en blanco. Otra noche más. Zapeando mecanicamente, sin  pararse a ver lo que ponen. ¿Para que?. Una sucesión de teletiendas y tarots. Además es igual. Aunque pusieran una de sus películas favoritas le daría lo mismo.De hecho ya ha sucedido. Un programador con un extraño sentido del humor puso un ciclo de su director favorito a las dos de la mañana. No terminó de ver ni la primera película. Y no por sueño.
 Lleva sin dormir bien veinte años. Desde que se las prometía muy felices con aquel turno de noche que le daba mas dinero y mas tiempo libre. Maldito turno. Fué el fin de su vida normal. Luego vinieron sus problemas de alimentación, los amigos que no entendían eso de trabajar de noche- los perdió casí todos-. Y sobre todo la soledad... La soledad del trabajo, la soledad de los turnos libres entre semana. Después llegó la depresión. Su carácter se volvió insoportable... Y la espiral tenebrosa de la noche lo atrapó definitivamente. Los problemas se magnificaban con el aislamiento.
 Dejó el turno de noche pero el problema persistió. Muchos dias iba a trabajar sin dormir. Cuando dormía, cada vez menos, se despertaba agotado. Y así veinte años...
 Aquel dia sintió, nada nuevo, que las paredes de su piso lo aprisionaban. Sin dormir se levantó. Le dolía todo. Le costaba respirar y notaba la taquicardia como una bomba de relojería contra las sienes. Se duchó y bajó a la cafetería, esperando no encontrarse a nadie por el camino. Llevaba años frecuentándola pero nunca había cruzado con el camarero mas de una frase. Le costaba demasiado. Además aquel tipo le disgustaba. Cada vez le disgustaba mas gente...
 Respirando dificultosamente llegó a la cafetería. Eran las siete de la mañana y el camarero estaba abriendo. Sin saludar se sentó en una mesa del fondo para ver amanecer tras el cristal sucio. Pidió y le trajeron el café y el periódico. La bolleria todavia no había llegado. Le lloraban los ojos y casi no podia leer. Por eso pasaba las hojas del diario sin mirarlas, mientras que con la otra mano revolvía el café que el camarero le había servido demasiado caliente.
 En la mesa de enfrente se sentó una chica. Atractiva, fresca, descansada. La envidió. Sonreía mientras veía amanecer. Era la imagen misma de la vida. Entonces llegó la bollería y el camarero se acercó para ofrecersela. Y ocurrió...
 Un click de origen desconocido encendió en su cerebro una luz anaranjada e intensamente dolorosa.  Sacudido por una descarga, el insomne, se abalanzó sobre el empleado y cogiendo la cucharilla le clavó el mango de la misma en la garganta. Un chorro de sangre salió de la misma mientras el camarero intentaba decir algo, sin éxito, llevándose la mano a la garganta mientras el aire provocaba burbujas de sangre al salir por el orificio de la herida. Enseguida le faltaron las fuerzas y calló sobre una mesa arrastrándo consigo uno de los absurdos manteles de cuadros rojiblancos, ahora empapados con su sangre.
 El insomne, poseido por la adrenalina, levantó la vista y vio a la chica, que lo miraba aterrada, inmovilizada por el miedo. Sin pensárselo saltó por encima de su mesa, con una agilidad inexplicable y agarrándola por el cuello estampó su ligera cabeza contra la cristalera, que al romper le seccionó la carótida. Tardo en morir aún menos que el camarero.
 Entonces vió en la puerta del establecimiento a un ciclista, con su equipo completo, que intentaba huir. Avanzó hacia él y con el cable del MP3 del deportista, lo estranguló. Aún cuando el ciclista dejo de luchar apretó y apretó con furia. La pérdida de control de sus funciones corporales anunció el fin del corredor.
 Lo siguiente de lo que el insomne tuvo conciencia, minutos después, sentado en su mesa y tomando su café frío, fue de que estaba siendo encañonado por un nervioso policia local.
 De camino a la comisaría, esposado en la parte de atrás del coche patrulla, el insomne calló en un profundo y plácido sueño.

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