Estas ruinas que ahora contemplas fueron una vez las murallas de un gran palacio. Fuè hace mucho tiempo, en los días en que una joven virgen adolescente entrò a servir en las dependencias del gran señor de estas tierras. El dueño supremo de todo lo que veías, de lo que oías e incluso de lo que podias sentir.
Aquel poderoso soberano lo tenía todo. Solo tenía que extender su mano. Pero su dominio solo era comparable a su capricho y así, un día, se cruzó con Kumari. Si...la llamaremos Kumari. Entonces se enamoró de sus ojos azabache, de su talle de junco, de su piel de canela. En fin, creo que enamorarse no es la palabra.... Pero dejemoslo así. La sirvienta miraba aterrorizada a su señor, cuya lujuria dibujaba cada uno de sus rasgos.. El, incansable, lo intentó todo y tras meses de requiebros, regalos, seducción e incluso amenazas, Kumari no vió otra salida que la hiuda. Se unió a una caravana de comerciantes que se dirigían lejos, muy lejos, al oeste..
El Rey primero enfureció. Mandó a su Guardia a peinar caminos, puentes, pasos de montaña. Cuando sus oficiales volvieron fracasados los mandó ejecutar. Entonces su desesperación devino en melancolía. Comenzó a desatender los asuntos de estado. No quería ver a nadie. Dejó de dirigir la instrucciín de sus tropas. Finalmente, sin dirección alguna, llegó la anarquía y el hambre. Los enemigos cayeron sobre las fronteras como alimañas. Todo quedó arrasado.
Kumari no volvió jamás. Cuentan que llegó a un país del mar del oeste y allí ingresó en un convento. Nadie se atrevió a contar su historia y solo yo, desde las ruinas y las cenizas de los sueños, cuento historias de aquellos dias.
Por eso vengo aquí todas las noches desde que volví de un largo viaje, . En noches como estas, en las que el viento sopla sobre las arenas y me trae otra vez la historia que nadie se atreve a contar.
A la luz de la luna los ojos de la anciana me parecieron de azabache,y su piel, aunque surcada por un millón de arrugas, conservaba un ligero tono de canela
0 comentarios:
Publicar un comentario