Supermercado












Estaba en el sofá, tranquilamente repantingado, escuchando un recopilatorio de Ben Webster, con mi niña de dos años tranquila, explorando las posibilidades de una cuchara de madera, cuando la tarde otoñal fué interrumpìda por el estrafalario tono del teléfono -¿Quien los inventaría?-. Era mi mujer, desde el trabajo.
- Corazón, ¿Has ido a la compra?
Mierda...se me había olvidado.....
- Ahora mismo iba a salir
- Claro,Claro.....(tono irónico). No te olvides la nota . Está en la nevera.
 Total, que cogí a la niña,que cuando supo que íbamos al supermercado no opuso ninguna resistencia, y salimos de casa. A los cinco minutos estábamos entrando en el misterioso templo del consumo. Menos mal que yo llevaba órdenes por escrito, lo que haría la misión mas fácil y menos arriesgada.
 Senté a la niña en el carrito, lo cual la volvía loca de contenta, y comencè la incursión por la intrincada selva de marcas blancas, ofertas," dosporuno", etc. La niña, fascinada, como siempre en estos casos, no perdía detalle; eso sí, procuré evitar las "chuches". Varias veces nos encontramos con  un chico menudo, con cazadora de motero y gorra de beisbol, de aspecto tímido. Cada vez que lo hacíamos mi hija lo señalaba con intensidad, con todo el cuerpo, como hacen los niños pequeños. El chico reía timidamente y yo intentaba, en vano, que la niñadejara de señalarlo.
 Por último me dirigí a la charcutería. Y la maldición se cumplió. Siempre que voy con prisa -o con desgana, o sea, siempre- a la compra me toca en la charcutería alguien empeñado en hacer de la compra de embutidos un trámite eterno, que consulta calidades y precios como si se comprara un piso de lujo, y que ¡no acaba nunca!(sobre todo si detecta tu prisa, como los depredadores el miedo).
 Afortunadamente, cuando la niña se empezaba a impacientar, pude terminar la compra y dirigirme a la última barrera hacia la libertad: La caja. Una vez allì se había formado una buena cola que tenía de todo: El adolescente fiestero cargado de coca-colas y botellas de alcohol, la deportista cargada de productos light, la de la charcutería que vuelve a atraparme, etc,etc.
  Entonces ocurrió algo increible. El chico de la cazadora motera y la gorra de beisbol se adelantó a todos nosotros y, cuando la sufrida cola iba a empezar a bramar, de su espalda surgieron dos esplèndidas y enormes alas blancas, con las plumas mas hermosas que jamas había visto. Nos miró placidamente, guiñó un ojo a mi niña y , saliendo del establecimiento, echó a volar, ante nuestro paralizado estupor. La ùnica que reaccionó fué mi hija que, mientras reía divertida, le señalaba con una mano mientras con la otra  blandía triunfante una de las plumas.

1 comentarios:

Chela dijo...

¡Original salida!

¡Mucho trabajas!. Un saludo.

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