PIEDRAS DE MAR



Las contemplo desde esta terraza, a la que hace años que no acudía. Da igual, están ahí, siempre lo están, como siempre lo estuvieron.
Estaban allí cuando, a unos metros de ellas nací, cuando me paseaban en el cochecito de bebé y las ignoraba. Después crecí y me llevaban a su encuentro en la sillita. Entonces las descubrí, desde mi prisión móvil. Parece ser que las miraba fascinado y confuso por su borde y el agua que las lamía, en cuya superficie el aceite dibujaba arco iris.
Mas tarde empecé a andar y entonces la preocupación sobre los adoquines ya no era mía sino de mis padres y mis abuelos. Se trataba de que aquella fascinación no terminara en una tragerdia. Cuando pude ir solo me gustaba sentarme en los norays para ver a los gigantes reposando contra el muelle. Hasta allí huía en los recreos del colegio para visitarlos; los pesqueros de bajura, ya descargados, somnolientos y mecidos ; los cargueros en toda su actividad, los pesqueros de altura, entre unos y otros; y los majestuosos monstruos grises, los buques de guerra.
Recuerdo una fragata alemana y el extraño desaliño de sus marineros de pelo largo. También recuerdo la visita del H.M.S. "Leander", visita guiada por un suboficial nelsoniano, patilludo y tatuado, de esos a quienes su Graciosa Majestad mantiene sumergidos en ron.
En esa época llegó la adolescencia y mis piedras de mar pasaron de experiencia personal a compartida. Entonces fuí Jim Hawkins, Dick Sand, El tigre de Mompracen, Lord Jim..........Aquellas lecturas se alternaban con los relatos de mis mayores sobre las piedras tristes del puerto, que recogían las lágrimas de los emigrantes cuando las pisaban por última vez. En mi època rebelde mis amigos hablaban de embarcarse en un pesquero, o irse a una plataforma petrolífera,nadie lo hizo..
Recuerdo que llevé,en cierta ocasión, a una sirena al dique del puerto para decirle cosas que nunca había dicho antes. Era una tarde fría y húmeda de invierno que acabó de una manera deliciosa que un caballero no debe detallar.
Luego, desde mi noray, me introduje de lleno en la època de la vela. Mis lecturas de Galdós, O`Brian o Forester se intercalaron con las visitas del "Elcano" en una de las cuales puse involuntariamente en un apuro a un Guardiamarina que hacía de guía para cumplir un arresto(espero no haberle quitado la vocación). Recuerdo con especial cariño la visita del "Sedov" cuando ya no era soviético. ¡Que arboladura!, dicen que es el velero de mayor eslora del mundo.En el puerto la tripulación instaló un tenderete para vender recuerdos y les compré una chapa que conservo en algún cajón.
Hasta cometí, animado por mis lecturas, la imprudencia de embarcarme dos veces en viajes cortos por la ría, en una goleta. Craso error que mi estómago acusó. Entonces decidí limitar mis aventuras poseidónicas a mi bilbioteca y a las piedras de mar.
En fin,hacía tiempo que no las visitaba . Ya no recordaba mi suerte que tener el mundo a mi alcance cerca de casa. Que más se puede pedir.

1 comentarios:

Egeria dijo...

No puedo decir nada más que "entrañable", tus relatos tienen la facilidad de conmoverme, y eso no es fácil en mi.

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