EL CAMAFEO

Era un viernes de otoño. Un viernes más, cansado pero lleno de proyectos de 48 horas. Acababa de llegar a casa y me disponía a cambiarme de ropa y secarme la cabeza, mojada por la lluvia, cuando sonó el teléfono.
-Hola corazón. ¿Estás preparado?. Cuando mi chica me decía eso es que había hecho proyectos de los que no solía informarme .
-Si claro, pero...¿Para que?
-Eres un desastre, se rió.¿ Recuerdas el fin de semana en la casa rural cerca de mi aldea?
- A sí, claro, claro, mentí
-Paso por tu casa en una hora y nos vamos.(Adios a mi fin de semana urbanita)
Me duché y comí algo. ¿Qué haría sin mi microondas…..?
A la media hora volvió a sonar el teléfono.
-Cariño, ha ocurrido algo. Ha muerto la tía Luisa. La recordarás. No le caías bien. Bueno nadie le caía bien. Es un rollo pero tengo que quedarme con mi madre .Pero tu no te preocupes. Aprovecha la reserva y relájate. Puedes aprovechar para escribir. Llévate el ordenador y un libro.( ¿Por qué les gustará tanto a las mujeres organizarnos la vida?)
En fin, puede que no sea mala idea., pensé, por lo menos tendrán conexión a Internet y dvd en la habitación.
Solo para quedar bien pregunté: ¿De verdad no quieres que me quede?.
-No, hombre no, con uno que soporte a los mios es suficiente, además si puedo me escapo, sobre todo de noche….soltó una risita..
-Vale, si insistes- dije irónico- un beso. Te quiero.
Cogí el coche y durante dos horas conduje bajo la lluvia acompañado por el mejor Sinatra (el de la época Capitol)
Llegué fácilmente pues conocía la zona, aunque no la casa. Era una antigua Casa Grande de la zona, colindante con los restos de una Iglesia Románica, de la que apenas quedaba el pòrtico y una extrañas gárgolas de cabeza de caballo.
Me recibió una señora de avanzada edad, enjuta y encorvada que llamó a un tipo de edad indeterminada y aspecto aniñado. Este me acompañó a mi habitación.
La verdad es que estaba muy bien, era doble, pintada en tonos ocres y muebles antiguos restaurados: El baño con hidromasaje; televisión de plasma con dvd y conexión a Internet.
En aquel momento dejó de llover y mientras me preparaban la merienda (la comida es la única ventaja que le concedo al rural) fui a dar una vuelta por los alrededores, aprovechando el atardecer. Me acerqué a los restos de la iglesia, con su pòrtico derruido pero con los relieves aun conservados. Estuve un rato observando las gárgolas equinas y aún descubrí algún signo templario que otro.
Volví a la casa y mandé que me subieran la merienda a la habitación. Quería escribir.
El extraño joven me subió la misma con una botella de vino dulce. ¿Cómo sabía que me gustaba?. ¿Sería cosa de mi novia?.
Puse música de Cole Porter en mi ordenador. Eso nunca falla. Cuando di buena cuenta de la merienda me puse a escribir y a beber. Màs lo segundo que lo primero.
El alcohol se cobró su precio y un par de horas después el sopor me invadió. Avisé que no iba a cenar y que no me molestasen.
Me arrastre hacia la confortable cama y me enterré en un magnifico edredón nórdico.
No se cuento tiempo pasó pero un lamento desgarrador me despertó. Se repitió varias veces. Ya era plena noche y me acerqué torpemente a la ventana. Abrí la contraventana y ya no llovía. Una luna llena bañaba la hierba que brillaba por la humedad. En la distancia se recortaban los restos de la hermita, de los que parecían surgir los lamentos.
¡Un momento!, parece que las gárgolas se mueven. Se diría que son ellas las que emiten el siniestro quejido.
En un momento determinado una extraña forma blanca surge de las ruinas. Se va acercando a la casa. Mi pulso se acelera y un miedo primario se apodera de mí.
La mancha blanca se acerca y puedo ver que se trata de una joven, extrañamente pálida vestida solo con un camisón ajado y muy antiguo.
Bajo las escaleras. No hay nadie despierto .Cuando llego a la puerta la joven me espera. Además del camisón luce un camafeo en el cuello. Sus ojos llorosos me miran suplicantes. Solo me dice susurrando :Por favor……….
Los gemidos provenientes de las gárgolas arrecian. La chica se va no sin antes entregarme el camafeo. Parece que corre sin pisar el suelo, no acierto a verle los pies, y a la luz de la luna no veo sus huellas.
Estremecido y entumecido por el alcohol subo como puedo a mi habitación. Me sirvo temblorosamente un trago que engullo con avidez. Dejo el camafeo en la mesilla. Me siento muy cansado.
Al dia siguiente la dueña de la casa me despertó para desayunar. Estaba alegre y me trajo el desayuno a la cama. Lo primero que hago es buscar en la mesilla el camafeo. No está, ¡Qué alivio! La cabeza me dá vueltas y me prepara, condescendiente, un remedio casero contra la resaca. No se porque le cuento mi sueño y se sonríe misteriosamente. Cosas de las ánimas, dice.
Cuando estoy disfrutando del hidromasaje, la sorpresa. Mi chica entra por la puerta del cuarto de baño. Se ha desnudado y me abraza mientras me besa con lengua bajo la ducha, mientras sus manos van a mi pubis. Os he echado tanto de menos, dice muy caliente.
Lo hacemos en la ducha, en el suelo de la habitación y bajo el edredón.
Cuando nuestros instintos están saciados me cuenta lo del velatorio y que ha podido escaparse del entierro.
Me cuenta que su prima, en un aparte, le dice que la difunta tenía una fijación. Quería que mi novia tuviese un detalle antiguo de la familia, una joya que se remontaba más de cien años en aquella familia. Saca una bolsita de terciopelo y emocionada me lo muestra: El camafeo.

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