Los Recuerdos de Marta


Cuando Marta tiene un mal día se refugia en sus recuerdos. Y sus recuerdos la llevan a un lugar, “real y acotado”, como dice ella. Pero también la llevan a un tiempo que ya no volverá. Ese tiempo que terminó cuando ella cumplió los trece años. A esa edad su paraíso le fue arrebatado.
El lugar era un colegio en el que sus padres trabajaban como profesores. Situado en un pueblo cercano a una capital de provincias, era todo un microcosmos para Marta. Además, aunque ella no lo recuerde, o no quiera hacerlo, una cierta sensación de claustrofobia acompaña a la nostalgia. Pero ya sabemos que el tiempo lo dulcifica e idealiza todo.
Era uno de esos edificios de cemento un tanto opresivos que produjo el desarrollismo a partir de los años sesenta y que , en este caso, se veía a distancia y se afeaba, mas si cabe, en contraste con las construcciones tradicionales vecinas. El edificio del colegio estaba acompañado, como eterno vigilante, por el de las viviendas de los profesores. Y eso marcó la doble condición de Marta. La explanada implacable que separaba ambos acompañaba la transformación de la niña según se dirigiera en un sentido o en otro. Ora alumna, ora hija de profesores
Por las mañanas, esas mañanas flexibles del curso que empiezan con sol otoñal, se van oscureciendo y enfriando y terminan con el sol tardoprimaveral de las vacaciones, Marta era alumna. Una màs. Pero por la tarde, esas tardes simétricas del curso, ella jugaba en aquel impresionante recinto donde se sentía segura. Lloviera o hiciera sol ella desafiaba a las inclemencias imaginando mundos infinitos en aquel cerrado paraíso
No es que el recinto estuviera especialmente protegido, ni guardado por altos muros. Simplemente estaba acotado por una finca de la que lo separaba un desnivel cuyo acceso estaba prohibido. Extraña y atrayente palabra cuando uno tiene menos de trece años. Y es que la imaginación, cuando se tiene esa edad, no conoce de obstáculos ni desniveles.
Si había un sitio que Marta adoraba, todavía lo adora, era la biblioteca del centro. Esas filas de libros, perfectamente formados, como soldados dispuestos a la batalla eran sus amigos. No entendía como sus amigos consideraban la biblioteca un mero lugar de castigo. Para ella era una sala de juegos dentro del paraíso. Una sala inmensa, dentro de su reducido tamaño. Y es que no era una sala. Era una ventana a un mundo infinito, intemporal, maravilloso. El mundo de su imaginación.

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